14/7/16

terapia conyugal

PD2: Si se tienen problemas en el matrimonio, o se resuelven, o a terapia…

Lo que dicen los especialistas en terapia conyugal

1. Nunca enfadarse al mismo tiempo.

A toda costa evitar la explosión. Cuanto más complicada es la situación, más necesaria es la calma. Entonces, será preciso que uno de los dos accione el mecanismo que asegure la calma de ambos ante la situación conflictiva. Es necesario convencernos de que la explosión no traerá nada bueno. Todos sabemos bien cuáles son los frutos de una explosión: sólo destrozos, muerte y tristeza. Por tanto, jamás permitir que la explosión llegue a producirse. D. Helder Câmara tiene un bonito pensamiento que dice: “Hay criaturas que son como la caña de azúcar, incluso puestas en el molino, aplastadas, reducidas a pulpa, sólo saben dar dulzura…”

2. Nunca gritar uno a otro.

A no ser que la casa esté ardiendo.

Quien tiene buenos argumentos no necesita gritar. Cuanto alguien más grita, menos se le escucha. Alguien me dijo una vez que si gritar resolviese alguna cosa, ningún puerco moriría (…) Gritar es propio de quienes son flacos moralmente, y necesitan imponer con gritos aquello que no consiguen por los argumentos y por la razón.

3. Si alguien tiene que ganar en una discusión, dejar que sea el otro.

Perder una discusión puede ser un acto de inteligencia y de amor. Dialogar jamás será discutir, por la simple razón de que la discusión presupone un vencedor y un derrotado, y en el diálogo no. Por tanto, si por descuido nuestro, el diálogo se transforma en discusión, permite que el otro “venza”, para que termine más  rápidamente.

La discusión en el matrimonio es sinónimo de “guerra” ; una lucha sin gloria. “La victoria en la guerra debería ser conmemorada con un funeral”; decía Lao Tsé. ¿Qué ventaja hay en ganar una disputa contra aquel que es nuestra propia carne? Es preciso que el matrimonio tenga la determinación de no provocar peleas; no podemos olvidar que basta una pequeña nube para esconder el sol. A veces una pequeña discusión esconde por muchos días el sol de la alegría en el hogar.

4. Si fuera inevitable llamarle la atención, hacedlo con amor.

La otra parte tiene que entender que la crítica tiene el objetivo de sumar y no de dividir. Sólo tiene sentido la crítica que sea constructiva; y esa es amorosa, sin acusaciones ni condenaciones. Antes de apuntarnos un defecto, es siempre aconsejable presentar dos cualidades del otro. Eso funciona como un anestésico para que se pueda hacer la cura sin dolor. Y reza por el otro antes de abordarle en un problema difícil. Pide al Señor y a Nuestra Señora que preparen su corazón para recibir bien lo que tienes que decirle. Dios es el primer interesado en la armonía del matrimonio.

5. Nunca echar al otro en cara los errores del pasado.

La persona es siempre más que sus errores, y a nadie le gusta ser caracterizado por sus defectos.

Toda vez que acusamos a alguien de sus errores pasados, estamos trayéndolos de vuelta y dificultando que  se libre de ellos. Ciertamente no es esto lo que queremos para la persona amada. Es preciso todo cuidado para que esto no ocurra en los momentos de discusión. En estas horas lo mejor es mantener la boca cerrada. El que esté más calmado, el que se controla más, debe quedar quieto y dejar al otro hablar hasta que se calme. No replicar con palabras, si no la discusión aumenta, y todo lo malo puede pasar, en términos de resentimientos, ansiedades y dolorosas heridas.

En los tiempos horribles de la “guerra fría”, cuando pendía sobre el mundo todo el peligro de una guerra nuclear, como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, el Papa Pablo VI avisó al mundo: “la paz se impone solamente con la paz, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad”. Ahora, si esto es válido para que el mundo encuentre la paz, mucho más es válido para que todos los matrimonios vivan bien. Por tanto, como enseña Tomás de Kempis, en la Imitación de Cristo, “primero consérvate en paz, después podrás pacificar a los demás”. Y Pablo VI, ardoroso defensor de la paz, decía: “si la guerra es el otro nombre de la muerte, la vida es el otro nombre de la paz.” Por tanto, para haber vida en el matrimonio, es preciso que haya paz; y ésta tiene un precio: nuestra madurez.

6. La displicencia con cualquier persona es tolerable, menos con el cónyuge.

En la vida a dos todo puede y debe ser importante, pues la felicidad nace de las pequeñas cosas. La falta de atención para con el cónyuge es triste en la vida del matrimonio y demuestra desprecio para con el otro. Sé atento a lo que el otro dice, a sus problemas y aspiraciones.

7. Nunca ir dormir sin haber llegado a un acuerdo.

Si eso no sucede, al día siguiente el problema podría ser mayor.  No se puede dejar acumular problema sobre problema sin solución.

¿Tu usarías la misma jarra que usaste el día anterior para poner la leche, sin antes lavarla? La leche ciertamente se volverá ácida. Lo mismo sucede cuando discutimos sin resolver los conflictos de ayer.

Los problemas de la vida conyugal son normales y exigen de nosotros atención y valor para enfrentarlos, hasta que se solucionen, con nuestro trabajo y con la gracia de Dios. La actitud de avestruz, de fuga, es la peor que existe. Con paz y perseverancia busquemos la solución.

8. Por lo menos una vez al día, decir al otro una palabra cariñosa.

Muchos tienen reservas enormes de ternura, pero olvidan expresarlas en voz alta. No basta amar al otro, es preciso decir esto también con palabras. Especialmente para las mujeres, esto tiene un efecto casi mágico. Es un tónico que cambia completamente el estado de ánimo, humor y bienestar. Muchos hombres tienen dificultad en este punto; algunos por problemas de educación, pero la mayoría porque aún no se han dado cuenta de su importancia.

Como son importantes esas expresiones de cariño que hacen crecer al otro: “te amo”, “eres muy importante para mí”,  “sin tu no habría conseguido vencer este problema”, “tu presencia es importante para mí”; “tus palabras me ayudan a vivir”… Di esto al otro con toda sinceridad y experimentarás lo importante que es.

9. Si cometes un error, saber admitirlo y pedir perdón.

Admitir un error no es una humillación. La persona que admite su error demuestra ser honrada, consigo misma y con el otro. Cuando nos equivocamos no tenemos dos alternativas honradas, sólo una: reconocer el error, pedir perdón y procurar remediar lo que hicimos mal, con el propósito de no repetirlo. Esto es ser humilde. Actuando así, incluso nuestros errores y caídas serán momentos para nuestra maduración y crecimiento. Cuando tenemos el valor de pedir perdón, venciendo nuestro orgullo, eliminamos casi en seguida el motivo de conflicto en la relación, y la paz vuelve a los corazones. ¡Es noble pedir perdón!

10. Cuando uno no quiere, dos no pelean.

En la sabiduría popular la que enseña esto. Será necesario entonces que alguien tome la iniciativa de romper en círculo vicioso que lleva a la pelea. Tomar esta iniciativa será siempre un gesto de grandeza, madurez y amor. Y la mejor manera será “no poner leña en la hoguera”, esto es, no alimentar la discusión. Muchas veces es por el  silencio de un que la calma vuelve al corazón del otro. Otras veces será por un abrazo cariñoso, o por una palabra amiga.

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